jueves, 13 de abril de 2017

Nocturna, de Guillermo del Toro y Chuck Hogan


Tengo que comenzar dejando claro algo que, por supuesto, de bien seguro ha determinado mi experiencia: detesto las historias de "infectados", apocalipsis zombis, plagas y demás. Como excepción que confirma la regla, señalo los videojuegos de Resident Evil por ser mi primerísimo contacto con este mundo y la fantástica 28 días después con que Danny Boyle dio una vuelta de tuerca al género y puso las bases, me atrevo a decir, de todo cuanto vino después. Que no ha sido poco, ni siempre bueno, precisamente. 

Tampoco voy a mentir si digo que puse las manos sobre Nocturna motivado por The Strain, la serie que surgió de los libros y que aún hoy sigue en antena. No me fascinó, ni mucho menos, pero sí había algunas cosas que aunque solo estéticamente me acabaron llamando la atención. Eso, naturalmente, despertó un cierto chispazo de curiosidad hacia las novelas y, tras la experiencia con Nocturna, que se correspondería básicamente con los acontecimientos de la primera temporada de la serie, puedo decir que la curiosidad se ha esfumado sin muchos miramientos. Normal. Ya lo dicen: "Si no sabes torear...".

Soy consciente de que existe una gran aura divina alrededor de Guillermo del Toro. Una aura de genio intocable, de rey Midas. A mí, personalmente, jamás me ha conquistado. Visualmente sus películas me parecen estupendas, con unos diseños artísticos geniales y unos personajes que pasarán a la historia, qué duda cabe, del género de lo fantástico (el hombre pálido, de El laberinto del fauno). Ahora bien, a nivel narrativo sus historias se me hacen particularmente sonrojantes, y puedo apuntar, sin ir más lejos, a la misma historia de Ofelia. Su idea del bien contra el mal está muy verde, y buena muestra de ello es la caracterización, en esa película, de los hombres del bando nacional-franquista y la de los republicanos. No sé en qué se basó ni quién lo asesoró, pero no hubiese estado mal dejar a un lado ese maniqueísmo enfermizo que se viene sufriendo desde hace años y que, qué queréis que os diga, recuerda bastante a los panfletos audiovisuales de los 40/50 pero a la inversa. En otras palabras, su manera de narrar me recuerda demasiado a la de un niño pequeño, tanto para lo bueno (Pacific Rim) como para lo malo.

Pero esto es Nocturna, y de Nocturna toca hablar. 

Quizá en más de una ocasión haya hecho alusión a lo mucho que desconfío de los libros publicados por autores que no son escritores o, dicho de otra manera, autores que se han acercado a la escritura motivados solo porque saben que con su posición social podrán publicar cuanto les venga en gana. El periodista que, por ser conocido, se anima a sacar un libro; el presentador de televisión que, por su cara bonita, sabe que su novela se publicará en lo que canta un gallo; el youtuber de turno que poniendo cuatro chorradas sobre el papel se asegura unos ingresos que echan para atrás. Con la connivencia de las editoriales, faltaría más, las mismas que afirman estar ahí para defender y promocionar la cultura. Las malas experiencias me han llevado a vomitar improperios sobre esta gente y estas políticas, y aunque seguramente generalice y tire por la borda a quien pueda no merecerlo, es algo que me resulta difícil de evitar. Lo más fácil hubiese sido pasar de largo, ignorar este Nocturna y evitar otro dolor de cabeza. Pero aquí uno es tozudo, como un burro. Quizá porque sabía qué me iba a encontrar, y en esto hay cierto masoquismo. 

Nocturna no es una buena novela. En realidad, dista mucho de serlo. Es muy accesible, sin duda (tampoco es que eso la haga buena), pero aun así a veces peca de ser demasiado cinematográfica. En un mismo capítulo podemos llegar a encontrar varios subcapítulos, continuos saltos protagonizados por distintos personajes (algunos de ellos completamente intrascendentes, que solo aparecerán en esa ocasión, y aun así tenemos que tragarnos sus historias). Su estructura, efectivamente, recuerda más a la de un producto cinematográfico y encorsetada ahí una novela no va (y no puede ir) a ninguna parte. Ya se dice que "quien mucho abarca poco aprieta", y bien cierto que es. 

Llegados a este punto, no puedo evitar pensar en lo infravalorado que está el proceso literario. Todo el mundo se anima a escribir aun sin saber, y eso está genial porque por algún sitio se empieza, pero que se publiquen libros que no están a la altura del nivel mínimamente exigido no hace más que normalizar la mediocridad. Parece que cualquiera sea capaz de ponerse a escribir algo de las dimensiones de una trilogía, o una novela coral con muchísimos personajes, cuando apenas se sabe definir a uno de ellos. Hay que ser muy bueno para lograr algo que esté por encima de la media, algo de notable, y no me parece ni medio normal que el debut literario de Del Toro sea precisamente esto. Es como si el primer trabajo de un aprendiz de escultor del siglo XV fuese el monumento funerario del señor de su ciudad. Mucho me temo que la mano de Chuck Hogan escribió más que la del mexicano (cuyo nombre está ahí como lo estuvo en la producción de Mamá), pero lo dejaremos ahí.

Si os gustó la primera temporada de The Strain, probablemente os guste saber que en la novela los autores se explayan en el desarrollo de la infección en los supervivientes, dando como resultado escenas verdaderamente crudas. Precisamente, de todo el volumen me quedo sin dudarlo con esos momentos. El proceso degenerativo de Ansel Barbour (si habéis visto la serie, es el tipo que más adelante encuentran encerrado en el cobertizo) está representado con mucho acierto, y lo mismo puede decirse, por ejemplo, del capítulo en que Emma, la niña, regresa a casa. Es en estos capítulos donde brilla Nocturna, aunque sea un brillo más bien tímido; ahí sabe jugar con la tensión, crea atmósferas desagradables y bastante opresivas. Son solo destellos, que si bien demuestran que las ideas, no demasiado originales, son bastante resultonas pero no dan para alrededor de 300 páginas.

A propósito de esto, en no pocas ocasiones (Nocturna es una de ellas), tengo la sensación de que se hinchan las dimensiones de los libros con contenido absolutamente insustancial. Sobra contenido insustancial que únicamente describe situaciones carentes de interés y que, si lo que buscan es servir de panorámica a las vidas de los personajes y profundizar en ellos, no lo consiguen. 

Otro de los problemas del libro, como de tantos otros que inundan las librerías hoy en día, es que da más importancia al qué que al cómo. Es algo que va de la mano de esa falta de tablas que comentaba más arriba, y que pone en evidencia quién es buen escritor y quién no. Para mí, lo más esencial de un libro es que, una vez terminado, me invite a empezarlo de nuevo. O no, pero que me haya dejado huella, fragmentos que desee volver a leer una y otra vez. Para esto es necesario que el autor tenga gracia y estilo propio a la hora de narrar, que no se limite a describir. Es entonces cuando se desvela lo importante que es el cómo, y últimamente lo he apreciado muchísimo releyendo It o Historia de dos ciudades, dos novelas dispares pero que tienen en común haber sido confeccionadas por verdaderos artesanos de las letras.

Por último, me es imposible no aludir a la ya mencionada dicotomía entre el bien y el mal que expone Del Toro en sus creaciones. Una invasión vampírica que se extiende como un virus zombi y detrás... obviamente, los nazis. No es que sean el origen del mal que toma control de Manhattan pero, cómo no, por ahí tienen que estar para dar más peso al bando de los "malos". A estas alturas, con lo explotado que está el recurso, a mí esto me da muchísima pereza. Entiendo que el trasfondo de Abraham Setrakian lo requiere, pero me parece muy poco imaginativo, recurrente y cansino. Solo le falta poner a un grupo de supervivientes del bando nacional con el gusano dentro cantando el "Cara al Sol" para hacer el cupo. Por supuesto, ya que hablamos de malos inhumanos, cabe decir que la novela la encontraréis etiquetada como de terror, pero más bien por su planteamiento que porque sea capaz de acongojar. Salvo esas escenas incómodas que implican a los supervivientes, el resto no sabe cómo sobrevivir a la saturación de la temática y acaba conformándose con muy poco. Y por supuesto, que no mencione ni una sola vez a los protagonistas no es baladí.

En conclusión, yo jamás os diré que no leáis algo. Cada uno debe acercarse a las cosas por sí mismo, evaluarlas por sí mismo y finalmente formar su opinión más allá de cuanto digan los demás. Sin embargo, Nocturna no es lo que yo llamaría una novela recomendable. Por lo menos yo no la recomendaría a nadie, excepto a quien esté muy interesado en conocer los entresijos de lo visto en la serie de televisión. Ni siquiera a un fanático del género, porque probablemente no encontrase en ella ni nada nuevo ni nada sobresaliente que le mereciese el tiempo invertido en ella. Pero claro, ya he advertido de que mi relación con este subgénero (o lo que sea) es nula y, con semejantes productos, casi me alegro de que así sea.