domingo, 16 de julio de 2017

El diario secreto de Laura Palmer, de Jennifer Lynch



Nadie se libró. Ni siquiera España, tierra de sangre caliente, de "nomevengascontonterías", caso perdido para las grandes marcas que apuestan por mil versiones de sus productos porque aquí, antes que unas novísimas y originales Lay's sabor frankfurt con chucrut, las que te pedirá el español medio serán siempre "las normales", y punto en boca. Pero ni siquiera España se libró. Como tantísimos otros países, fue presa del fenómeno Twin Peaks y con todo el viento en contra. Mi señora madre, sin ir más lejos, que detesta el terror y cualquier desviación narrativa de lo que ella considera normal, disfrutó con la serie hasta el punto de tener la caja dorada guardada como un tesoro. Hubo (y hay) algo en aquella ficción que cautiva, independientemente de los gustos de cada uno o de la idiosincrasia de su pueblo. Quizá una de las claves estuviera en la familiaridad que el pueblo transmitía, la sensación de estar ante algo orgánico, cálido, placentero; a pesar de los momentos de mayor congoja, claro, que lo pillaban a uno desprevenido. Pero precisamente esa dualidad entre frío y calor, horror y comedia, infierno y paraíso fue una de las razones por que Twin Peaks caló hondo en el corazón de los televidentes. Y, asegurado el gancho, no se tardó en explotarla, aunque de un modo más comedido del que se hubiese hecho a día de hoy.

El diario secreto de Laura Palmer es uno de los varios libros que se publicaron aprovechando el tirón de la serie, pero hay que decir, de antemano, que no se trata de un burdo ejercicio de fanservice. Podrá gustar más o menos, pero desde luego no estamos ante la clásica adaptación facilona de un producto cinematográfico ni de un lanzamiento cómodo y para todos los públicos. El Diario está ahí para relatarnos la infancia y adolescencia de Laura Palmer hasta la noche de su muerte, desde una primera persona que, sí, logra ser creíble a veces. Todo queda en casa, porque está escrito por Jennifer Lynch, hija del director y creador de la serie (junto a Mark Frost, no conviene olvidarse de él); esto, teniendo presentes las siniestras insinuaciones de Michael J. Anderson (para entendernos, el enano del traje rojo), no hace sino cobrar un significado inquietante.

Sin embargo, y a pesar del esfuerzo, al libro le falta algo más para estar a la altura. Las primeras páginas, si uno está puesto en el argumento de la serie, atrapan y parecen prepararnos para algo grande. No es así. A pesar del formato, se acaba haciendo pesado en muchos tramos, reiterativo y a duras penas arroja luz sobre el misterio, que es lo que el lector acude a buscar en el libro. No tendría por qué, siempre y cuando ofreciese algo memorable, pero le bastan unas diez páginas para contarnos aquello que repetirá largo y tendido hasta la última página: Laura es una adolescente desquiciada (y ya sabemos por qué y por quién, pero en este caso me ahorro el destripe). Hay momentos que, desde luego, ahondan en la naturaleza de la muchacha y contribuyen a construir y definir el personaje que conoceríamos luego en la serie y, en mayor profundidad, Fuego camina conmigo; cierta escena que tiene lugar en un lago logra sintetizar con pocas palabras su personalidad, tan turbia, hipnótica y al mismo tiempo repulsiva. Aun así, la sensación de que se prolonga en exceso está ahí y lo más probable es que nos acompañe hasta el final.

El "problema", por así decirlo, está en que el libro se publicó meses antes de estrenarse la segunda temporada. Es decir, que aún no se había desvelado la identidad del asesino ni su naturaleza, por lo que se trata de un libro que tuvo sentido en su momento, cuando el público estaba expectante, con las uñas mordidas y el corazón en un puño. Desde luego, las ventas tuvieron que ser positivas por narices. Pero para quien ya conoce el desenlace y, además, está puesto con la tercera temporada tras más de un cuarto de siglo esperando, se queda muy a medias. Porque, claro, no toca según qué temas que hubiesen podido comprometer el desarrollo y las sorpresas que guardaba la reanudación de la serie. 

En definitiva, leedlo si la serie os cautivó, si os tomó de la mano hasta lo más profundo de los bosques de abetos douglas y si os fascinó el personaje de Laura. Detalles interesantes los hay, referencias, recuerdos y conversaciones que se agradecen, aunque no revelen nada que no sepamos. Si uno hace el esfuerzo de contextualizarlo y no pedirle peras al olmo, probablemente sepa disfrutarlo, aunque a mí se me ocurren lecturas mejores a las que dedicar el tiempo.


El bazar de los malos sueños (IV): The Dune



Hay veces en que un buen final lo es todo. Bien llevado, puede salvar un desarrollo mediocre o que simplemente no está a la altura; es el poder un cierre potente e inteligente: te hace olvidar todo cuanto ha quedado atrás para hacerte esbozar una sonrisa, dar más importancia a los eventos que lo han precedido y quizá acabar sobrevalorando una historia que quizá no está por encima de la media.

The Dune es un buen ejemplo de ello. No es un relato particularmente bueno, lo que cuenta tampoco es especial y apenas impacta, no propone ningún dilema moral o espiritual porque no le conviene y tampoco lo necesita, y por su naturaleza no puede aportar conclusiones al misterio. Pero es que nada de esto importa, porque podría decirse que es una historia escrita desde el final, que le deja a uno con una sonrisa de esas que duran, y duran, y duran.

Un anciano con la habilidad o la condena, la suerte o la desgracia, de prever la muerte de gente que puede conocer o no. Nombres que aparecen escritos en la arena, y el más que posible temor de que uno de ellos sea conocido. Poco más que decir, la verdad, imposible ir más allá sin caer en destripes imperdonables.