martes, 31 de enero de 2017

Narrenturm, de Andrzej Sapkowski



"Comienza esta historia de forma amena y dulce, vaporosa y delicada, con unos amores agradables y ardientes. Pero que esto, nobles señores, no os engañe. Que no os engañe."

Empezaré siendo sincero, y es que a mí las novelas históricas jamás me han llegado a gustar. Allende la calidad de la prosa o la profusa documentación del autor, siempre me ha parecido estar ante algo muy encorsetado, un relato de hechos narrados pero sin alma. Mi experiencia más reciente fue con El caballero del templo, del aragonés José Luis Corral, y resume punto por punto ese prejuicio, que no lo es tanto atendiendo a que suelen ser esos problemas habituales en el género. 

Por eso, cuando supe de la existencia de la trilogía de las guerras husitas y vi que la había escrito Sapkowski supe que tenía que leerla, darle una oportunidad a un género cuya relación conmigo es algo tirante (y lo reconozco, sí, más por mi parte que por la suya). La cuestión es que, en realidad, Narrenturm no es una novela histórica. No, por lo menos, stricto sensu. Y ahí radica, en mi opinión, no solo su virtud sino también el buen hacer de Sapkowski.

Ambientada en el siglo XV, Narrenturm nos traslada a una Europa del Este en conflicto por las confrontaciones entre el catolicismo y las diversas y numerosas herejías que buscaban poner en jaque el dominio de Roma. El protagonista es Reinmar de Bielau, un joven estudiante con demasiado gusto por las faldas cuya cabezota lo obligará a emprender un viaje por Silesia a través del que descubrirá el peligro que está cerca de asolar la región. Y no solo eso, pues algo oscuro e indeterminado repta entre las sombras, algo que parece estar por encima de bizantinas disputas terrenales.
Con este último punto ya podéis intuir que hay algo más, un componente que se aleja de lo meramente documental y que se empapa, en efecto, del imaginario fantástico de Sapkowski. Veremos monstruos, brujas, seres extraídos del folklore eslavo que aquí son de carne y hueso. Asimismo, también estará presente la magia y la hechicería. Los demonios, en efecto, no se verán reducidos a abstracciones del Mal.

Aquí abro sin ambages la puerta al debate: ¿Qué debe hacer una novela histórica? ¿Narrar unos hechos punto por punto? ¿O bien recrear al detalle un contexto verídico para luego desarrollar en él una historia particular y unos personajes con carisma?

Narrenturm no es una novela exenta de objeciones. Algún problemilla me veo obligado a mencionar, si bien es una novela sobresaliente y que va a exigir más de una relectura tanto para una mejor comprensión de ciertos detalles como por puro placer. Por encima de todo, le pesa la ausencia de un hilo argumental consistente. Da la impresión de que Reinmar vaya de un lado al otro dando bandazos y sin acabar de concretarse su suerte, empezando una y otra vez de nuevo. Por ejemplo, se llega a una situación en que se vislumbra un giro importante que daría más consistencia al argumento y una razón de ser a los eventos acaecidos hasta entonces. Sin embargo, Sapkowski recurre en más de una ocasión al deus ex machina y todo vuelve, por decirlo de alguna manera, a la normalidad. Y vuelta a empezar. Esto último, de momento, lo cogeré con pinzas; aún quedan dos libros por delante y puede que todo lo acontecido acabe llevando a algún lugar. 

Pero Narrenturm, a pesar de eso, brilla con luz propia. Brilla en los diálogos, en personajes como Scharley, Catalina, Ambrós o el Treparriscos. Brilla en sus descripciones, en la facilidad con que Sapkowski entremezcla fantasía y realidad y, sobre todo, en la sombra que tenuemente sentimos extenderse sobre la suerte de nuestros protagonistas.

Quizá no estemos hablando del tipo de novela histórica que gustaría a un catedrático, pero sí de aquella que un lector disfruta devorando capítulo tras capítulo. Y no sin menos rigor histórico. Como quien no quiere la cosa, uno comienza a familiarizarse con nombres hasta entonces desconocidos, y le basta comenzar a indagar para darse cuenta de que poco sale exclusivamente de la imaginación del autor, que esos personajes, episodios y lugares existieron de verdad. Para mí eso es un punto a favor, 

Para los despistados como yo, que no os asusten las numerosas frases en latín, checo o polaco que plagan el texto; detrás, a modo de anexo, están recogidas sus traducciones, en algunos casos con anotaciones del mismo Sapkowski. No es más que un detalle pero, ciertamente, mejora aún más una inmersión intachable que incluso resiste el embate de las primeras e inesperadas escenas de fantasía pura que a uno le pueden chocar si creía tener en las manos un libro exento de ellas.

A tenor de cuestiones lingüísticas, si algo no he podido sacarme de la cabeza ha sido que este libro, en su versión original, debe ser un tesoro. Ya en la saga de Geralt de Rivia el autor juega con las variantes regionales del idioma y en este sucede lo mismo. Con esto no quiero decir que la traducción al castellano sea mala, en absoluto, pero es evidente que carece de este componente, y si bien se intenta que no pase desapercibido está claro que el resultado no es el mismo.  

Mi intención es ir reseñando cada uno de los volúmenes para, posteriormente, dedicarle una entrada a la trilogía en sí. Primero está Narrenturm, luego Los guerreros de Dios y finalmente Lux Perpetua. En este primer caso, no puedo hacer más que concluir que esta "Torre de los locos", que es lo que significa el título en nuestro idioma, es toda una experiencia capaz de trasladarnos a un contexto para tantos de nosotros desconocido. Y sí, reitero que le pesa, y en alguna ocasión algo gravemente, la falta de un hilo argumental robusto y que apunte a una cierta progresión. Asimismo, el deus ex machina puede acabar siendo algo frustrante cuando creemos que la historia va a dar un giro que, por lo que uno intuye, le sentaría como un guante. Pero aun así, es una de los pocos defectos que se le puede achacar a una novela que, para mí, ejemplifica (y de una manera genial) lo que debería ser el género histórico, huyendo de narraciones frías y personajes vacíos y sin dejar de lado el rigor aun permitiéndose ciertos exabruptos fantásticos. A los que hay que acostumbrarse, todo sea dicho.


sábado, 28 de enero de 2017

Más obras de Junji Ito y otros mangas de terror


Hace unos pocos meses hice un pequeño comentario de Uzumaki, la obra insignia de este mangaka experto en dar forma a imágenes tan perturbadoras que en más de una ocasión resultan imposibles de olvidar. Como he podido fijarme en que la entrada ha sido bastante visitada, he pensado que no estaría de más profundizar en la obra de Junji Ito y, también, recomendar otras obras de dibujantes destacados.

Así pues, comienzo presentándoos a...

Tomie

Dejaréis de pensar eso de que "a nadie le
amarga un dulce".

Empezamos con el manga que está justo por detrás de Uzumaki en lo que respecta a popularidad: Tomie, el recurso de la femme fatale llevado al extremo. Estamos ante una obra formada por distintas historias cortas, algunas más antiguas que otras (lo que se nota en el estilo de dibujo, pudiendo apreciar unos modelos más simples en el primer episodio, por ejemplo), que giran en torno a la figura de una chica que vuelve locos a los mozalbetes... literalmente.

Pese a que en algunos casos hay tramas que siguen a la anterior, en general podríamos leer cualquiera de ellas independientemente del resto y la comprensión de la lectura no se vería afectada en absoluto. De modo que, como podéis imaginar, el de Tomie no es un argumento complejo. Ni siquiera tiene lo que podríamos considerar un inicio, ni un clímax y aún menos un desenlace. Cada trama es independiente, y, por lo general, suele terminar siempre con la "victoria" de la chica sobre aquellos a quienes domina.

Es un manga recomendable al 100% si os gustó Uzumaki u otros relatos de Junji Ito, repleto de escenas realmente desagradables y alguna que otra trama que sorprende gracias a un acertado giro de guión. En algunos casos, encontraremos historias más bien de  de carácter "psicológico", y será en estos donde el autor dará rienda suelta a una de las cosas que mejor se le da: la insinuación.

Aunque por otro lado, afortunadamente, una de las grandes bazas de Ito es su habilidad a la hora de dibujar personajes y momentos grotescos que llegan a asustar al lector, como si de un sobresalto en una película se tratase. En esto, también destaca a base de bien y no serán pocas las tramas en que "gozaremos" de seres deformes, inhumanos e imágenes espectrales que ponen los pelos de punta.

En definitiva, Tomie es una obra imprescindible y una de las mejores opciones para todos aquellos que tras Uzumaki se quedaron con ganas de más. Preparaos para un sinfín de casquería y de chicos que, sin rastro alguno de cordura no dudarán en asfixiar, descuartizar, apuñalar y en general acabar con la vida de una chica que por mucho que se la asfixie, descuartice o apuñale, siempre regresa. Tomie siempre regresa.


Flesh-Colored Horror



Flesh-Colored Horror es el título del tercer volumen de las compilaciones de historias cortas de Junji Ito (16 en total), y probablemente una de las más populares dejando de lado los dos primeros tomos, que son nada más y nada menos que los relatos de Tomie comentados arriba. Al contrario de Tomie, en Flesh-Colored Horror encontramos distintos relatos que no tienen nada que ver entre sí, como era el caso de los anteriores. Cada historia empieza y concluye independientemente de lo que le sigue, y puede considerarse, probablemente, una de las obras más “amables” (y me quedo corto con las comillas) de Junji Ito. Porque, por un lado, no llega al nivel de contundencia de Tomie o Uzumaki, pero en algunos casos puede presumir de imágenes realmente fuertes.

Long hair in the attic da inicio a esta
recopilación, y difícilmente os dejará
indiferentes.


A lo largo de este volumen encontraremos chicas asesinadas por su propio pelo, un escultor que no conoce límites, un virus que embellece a las jóvenes menos agraciadas pero que a la vez las consume hasta la muerte, una madre loca obsesionada con el aspecto de su hijo… Como podéis imaginar, la atmósfera malsana de las obras de Ito está también patente en esta colección de relatos. 

Más entretenido que Tomie (dada la variedad de las tramas, principalmente), Flesh-Colored Horror es una buena opción para los que busquen una lectura más ágil y de menor mal gusto que las obras principales de la bibliografía del autor.









Gyo

Bonita portada.


¿Qué es Gyo? Probablemente sea una de las preguntas que os haréis si os decidís a echarle un vistazo a este manga, otro de los más influyentes y destacados de la obra de Junji Ito junto a Uzumaki y Tomie

Ya habréis visto que cuando me refiero a los trabajos de este autor distingo algunos de los otros, por lo que respecta al grado de impacto y en ocasiones mal gusto de las imágenes. En esta ocasión, con Gyo estamos ante uno de los mangas que más roza el extremo de lo desagradable, algo que compensa de sobras un argumento que si bien es muy potente en un principio, termina rozando lo engorroso en su tramo final, recordando a lo apocalíptico que caracteriza el último volumen de Uzumaki

Gyo podría interpretarse como una historia de zombies (o como se les llama ahora, de infectados) totalmente innovadora y arriesgada por lo que respecta a su planteamiento: Un “virus” de origen humano que se extiende como la peste, convirtiendo a la humanidad en lo más parecido a unos muertos vivientes mecánicos. ¿Surrealista? Quizá, pero creo que el mejor adjetivo que puede describir esta obra es “desagradablemente absurda”, y pese a no ser de mis favoritas, está considera una lectura imprescindible para los seguidores del manga de terror.


Mr. Arashi's Amazing Freak Show



Y terminamos esta entrega con una excepción, una obra no de Junji Ito sino de Suehiro Maruo. Sexo, casquería, violencia extrema… Probablemente sea uno de los autores más bestias e impactantes por lo que supone su estilo. No tiene nada que ver con Ito, que se limita a un terror y a un gore mucho más “sano” en comparación con la obra de Maruo. Y como habéis podido ver, ni Uzumaki, ni Tomie, ni Gyo son un episodio de Doraemon precisamente. 

Y es que hay algo que diferencia muy bien las obras de cada uno de estos autores. Y es que, si bien los mangas de Junji Ito contienen imágenes desagradables y momentos de mucha tensión, su lectura, para los fans del género (o no) es agradable, te hace pasar un buen rato. No pasa lo mismo con la de Maruo. 

Mr. Arashi’s Amazing Freak Show no es ni una lectura agradable ni invita para nada a pasar a la página siguiente. La violencia, el sexo y el mal gusto van ligados, llevados a un extremo que a más de uno le puede provocar arcadas. Por lo tanto, estamos ante un manga a tener en cuenta por los aficionados al género y por todos aquellos que buscan emociones fuertes y que disfrutan de películas como A Serbian Film y derivados. 

Para los interesados, comento que también existe una versión animada de este manga, que no se corta en nada y que ofrece exactamente lo mismo, plano por plano, que lo que ofrece el original de Suehiro Mauro.




Y de momento, aquí termina esta tanda de recomendaciones. Próximamente más, porque la obra de este autor es inabarcable en una sola entrada. Ah, y como apunte final, huelga decir que todos estos mangas los podéis encontrar fácilmente en Internet para leerlos online, aunque no voy a negar que leerlo en papel y metido en la cama a altas horas de la noche sea un plus a tener en cuenta. 

¡Que paséis un desagradable buen rato!

jueves, 26 de enero de 2017

Stephen King, el final de Revival y el resurgir de los monstruos

*ADVERTENCIA: Esta entrada no es una reseña ni una recomendación, así que si no habéis leído el libro os lo puedo destripar. 


Hay veces en que uno necesita hacerse preguntas. No solo literariamente hablando, por supuesto, pero en este caso la cosa va por ahí. Y muchas preguntas me hice a principios de 2016 cuando llegué al final de un libro que había caído en mis manos de forma inesperada. Revival, Stephen King, el terror, la pasión por la lectura. Había mucho que preguntarse, ya lo hubo desde el primer acto de la novela, y aun así ese final que es puro desasosiego me hizo plantear más interrogantes.

"¿Por qué me gustaba Stephen King?" La pregunta fue tan interesante como inesperada, y remarco ese pretérito imperfecto. Para mí, el loco de Portland había sido el nexo entre la infancia y la adolescencia literaria. Demasiado mayor para disfrutar con la misma sorpresa el genial Todavía quedan fantasmas de Franz Lang y aún demasiado joven (culpemos al sistema educativo, si nos apetece) para introducirme en los grandes pilares de la historia de la literatura. Pero ahí había un nexo, y era el terror. A Todavía quedan fantasmas había que sumarle Las brujas, y a éste los folletines de R.L. Stine. Sin darme cuenta, desde chico me habían apasionado esas historias de lo oscuro, lo fantasmagórico; había paladeado ese sublime que tanto traería de cabeza a los románticos; mi cabeza se había llenado de imágenes y recursos que aún hoy, años después, siguen sentando las bases de todo cuanto plasmo sobre el papel. Stephen King, a los quince años, fue para mí una puerta que se abría en un horizonte nublado y que ya albergaba monstruos. 

Visto en perspectiva, si algo voy a valorar de mi experiencia con sus libros es que fue con ellos que recuperé un gusto por la lectura que había ido en descenso peligrosamente. Y con ellos, atravesando esa niebla densa y fría, un nuevo sentido de lo terrorífico. Por eso, el final de Revival y el libro en sí mismo son puro simbolismo. Y lo afirmo desde la ignorancia y el desconocimiento de muchos de los títulos que el buen hombre ha ido lanzando a lo largo de los últimos diez años, todo sea dicho.

Pero uno, de la mano de Jamie Morton, es incapaz de vaticinar lo que está por llegar. Uno puede imaginar, suponer, fantasear, pensar que ese desquiciado de Charles Jacobs acabará con la cabeza frita o que ambos se van a matar quién sabe si entre lágrimas o con una satisfacción sádica y loca. Uno puede esperar muchas cosas, pero difícilmente lo que de verdad encuentra en ese final. Es la sensación de estar ahí, junto a ambos, observando el cuerpo inerte de Mary Fay; la sensación de observar en primera persona aquel infierno que se desata en una habitación minúscula; la sensación, y ahí reside lo grande, de ser una hormiga frente al más descomunal de los colosos. 

Stephen King homenajea no solo a Lovecraft sino a su manera de entender el terror. Es cierto que la parte de la novela entre el primer acto (tan brillante como descorazonador, tan real y tierno en las relaciones entre los personajes como espantoso en el accidente de la esposa de Jacobs) y el final, que es prácticamente todo el grueso del libro, es una cuesta hacia arriba que logra mantener el interés aunque no necesariamente pasen cosas extraordinarias a nivel narrativo. Cuesta no ver en Revival una versión extendida de un relato del maestro de Providence, pero con un desarrollo de los personajes típico de King. Por eso, quizá, el final es brillante.   

Como he dicho, para mí Revival es puro simbolismo. El mismo título lo es. Por supuesto, no hace referencia más que a los deseos y experimentos de Jacobs, que busca resucitar a alguien, desesperadamente, para conocer la suerte de su mujer y de su hijo en un más allá en que tanto tiempo atrás dejó de creer. Sin embargo, para mí Revival hace referencia de manera directa a la sensación de reencontrarme con aquel Stephen King que en mi adolescencia tantas veces me mantuvo en vilo leyendo en días lluviosos, bajo las sábanas hasta las tantas de la madrugada y que inspiró y sigue inspirando todo cuanto escribo. Justo cuando no hubiese dado un duro por él, el libro cayó en mis manos y la idea de reencontrarme con ese viejo autor de cabecera me recorrió las entrañas como entonces.

Podríamos decir que todo es cíclico. Leer Revival o It con más años sobre las espaldas y con más experiencia en el terror "clásico" hace entender mejor a su autor en lugar de considerarlo aún más un autor de gialli sobrenaturales. Jamás he caído en la trampa de los críticos que ven en lo popular y en el género de terror dos dianas donde apuntar y verter su bilis con la más despreciable de las inquinas, pero sí, como cualquier con un mínimo de criterio, soy capaz de separar el grano de la paja en la obra de un autor que ha parido tanto novelas brillantes como idas de olla algo indefendibles incluso para un seguidor acérrimo. La realidad, sin embargo, es que su manera de comprender el terror no es superficial (leed Danza macabra, un ensayo donde desgrana su visión, aunque mucho me temo que no se puede encontrar ya en librerías, excepto de segunda mano) y que, cuanto uno más explora y conoce sobre este ¿sentimiento? más se da cuenta de que King dista mucho de ser un charlatán.

Y ahí está Mary Fay, incorporada, con una sonrisa deformándole el rostro, hablando con un chirrido metálico, regurgitando algo imposible; ahí estamos nosotros, expectantes y aterrados, cuando todo se desvanece y ante nuestros ojos se alzan criaturas para quienes nosotros no somos más que una mota de polvo: ahí está la misma sensación, actualizada y pasada por el tamizador made in Maine, que uno experimenta al ver surgir a Dagón de las profundidades más absolutas. Tantas veces me ha quebrado el sueño la idea de encontrarme bajo el agua, viendo como algo descomunal avanza hacia mí desde lo abisal. Ficción, pesadillas y realidad se entrelazan en un mar turbulento, inhóspito; un mar en que el más leve de los temblores nos retuerce el estómago. ¿Es eso el terror? ¿Existe algo más allá de ese temor primitivo y ancestral que se ensaña en nuestra pequeñez? ¿Esconderá el miedo a la oscuridad el horror ante la incapacidad de conocer las dimensiones y proporciones de todo cuanto nos rodea?

Hay veces en que uno necesita hacerse preguntas. 

lunes, 23 de enero de 2017

Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi


¿Cuento para niños o también para adultos? Es la eterna pregunta, ¿no creéis? Realmente, si uno echa la vista atrás difícilmente da con cuentos dirigidos únicamente a los más pequeños, entendiendo esto como una falta de atractivo para los lectores de más recorrido y ya entrados en años. Incluso el cuento aparentemente más inofensivo tiene algo que podemos extraerle haciendo una lectura adulta. Es cierto, sin embargo, que a día de hoy un libro de este tipo puede pasar desapercibido o echar atrás a los más creciditos.

Con Pinocho estamos ante otro caso Grimm o Perrault; cuentos de inusitada madurez y profundo mensaje que la todopoderosa factoría Disney ha convertido en historias que, si bien mantienen tanto las bases como la moraleja, se han visto desprovistas de su estética oscura, tenebrosa y en tantas ocasiones retorcida y cruel. Esos cuentos eran empleados para mantener a los niños a raya en un mundo peligroso, y recorrían a los terrores más primitivos con tal de que fueran lo más efectivos posible. Éste es el caso de Pinocho. Cierto, no se trata de un cuento popular sino de una novelita publicada entre 1882 y 1883 en un periódico (Giornale per i bambini, o Periódico para los niños), lo cual explica su desarrollo en breves capítulos generalmente autoconclusivos aunque unidos por un hilo conductor.

Así pues, ¿qué sigue teniendo de especial Las aventuras de Pinocho para seguir leyéndolo ahora y no dejar de exprimirlo? La historia ya la sabéis: un carpintero esculpe un títere con forma de niño de un tronco mágico y éste se dedica a vivir aventuras de todo tipo hasta convertirse en un humano. Argumentalmente no le sacaréis más jugo, desde luego, pero no es ahí donde radica lo perenne de esta obra.

Por un lado, el aspecto moralizante es algo a tener en cuenta. No, no soy partidario ni mucho menos de que la literatura se emplee como sermón concienciador ni como medio propagandístico, de ninguna manera. Pero eso dista mucho de la moraleja, que es precisamente lo valioso de estos cuentos; el mensaje que se extrae, las aplicaciones que éste puede tener ya no solo en los más pequeños sino en aquellos adultos que han empezado a olvidar. Porque las moralejas son toda una lección de vida.

Pinocho es un protagonista, dejémoslo claro, aborrecible. No se trata de ningún héroe con quien simpatizar, ni de un personaje que, pese a sus defectos, te haga esbozar una sonrisa, aunque sea de pura condescendencia. Olvidad el títere de la Disney. El Pinocho de Collodi es insoportable, por llorón, quejica, vago y, por qué no, tonto. Tonto porque todos le toman el pelo, tonto porque toma decisiones que ni siquiera un niño de verdad, en su sano juicio, tomaría.

Curiosamente, Collodi terminó la historia con el títere ahorcado en un árbol. Ése era el final que le esperaba a Pinocho, tras decenas de trastadas, engaños y tomaduras de pelo a los demás, incluido su Gepeto. La historia acabó siguiendo, y ese final  simplemente quedó como final de capítulo, pero no dejó de ser moderadamente cruel, dando toda una lección ejemplarizante a los pipiolos de la época acerca de cómo comportarse. En realidad, viendo el tipo de propuestas con que a día de hoy se pretende educar a los niños (y viendo los resultados me atrevo a aseverar que sin éxito), la lectura de Pinocho se descubre como una propuesta mucho más coherente y, qué duda cabe, efectiva. 

Ilustración de Carlo Chiostri (1901).


Pero dejando esto a un lado, que por mucho que le dé al palique como si no hubiera mañana no es lo que considero más destacable, lo fascinante que atesora este libro es su trato de lo grotesco, lo mucho que es deudor, como por otro lado es de esperar dada la cronología, de los primeros y grandes literatos románticos. Algunas descripciones parecen escritas por el mismo Hoffmann (ese Omino di burro u hombre de mantequilla...), mientras que algunas de sus escenas no serían un disparate encajadas en una película de terror. Más bien todo lo contrario. 

Probablemente Collodi no fuese consciente de lo que había creado. Simplemente se dejó llevar por las modas estéticas del momento, aunque a esas alturas las filias por lo oscuro se viesen en el retrovisor. Es más, no se trata de una novela intencionadamente psicológica, profunda, ni mucho menos compleja; pero cuando algo está tratado con mano derecha, siempre resulta algo en que rascar y encontrar diversas capas bajo una superficie que se intuye plana.

No, definitivamente, Las aventuras de Pinocho no es solo un cuento para niños. Yo mismo he sentido una fascinación pura, cristalina, mientras lo leía por primera vez durante este otoño; quizá la misma fascinación que motivó a Italo Calvino a dedicarle un ensayo muy recomendado (Pinocho, o las andanzas de un pícaro de madera, que podéis encontrar aquí o bien en la edición italiana publicada por Einaudi), o la misma que motivó y sigue motivando a artistas de diversa índole a tomar las aventuras y desventuras del títere como sujeto de sus obras.  

A mi pesar, no puedo recomendaros una edición española en particular. Si controláis el italiano, la de Einaudi a mí me parece brillante, no solo por la inclusión de los ensayos al final sino por la introducción, el prefacio y las ilustraciones de Enrico Mazzanti y Carlo Chiostri, si bien solo se trata de una selección. En caso de que aún no seáis muy amigos del idioma de los boteros, puesto que como texto relativamente "antiguo" y en proceso de normativización tiene sus complicaciones, imagino que la de Penguin Clásicos es una apuesta de calidad. 

A estos dos no los perdáis de vista. ¡Ojo!


(A modo de contenido adicional, comparto con vosotros algunas de las ilustraciones que realizó Roberto Innocenti en los años 40. Dadle al clic aquí y disfrutadlas).

viernes, 20 de enero de 2017

El Evangelio del Mal, de Patrick Graham

El terror es, sin duda alguna, uno de los géneros más difíciles de tratar para el escritor. O por lo menos, esta es la sensación que extraigo tras haber probado suerte infinidad de veces y también después de haber pasado por mis manos multitud de libros de esta temática.

En ocasiones se suele confundir bastante libremente el género con el hecho de pasar miedo. Imagino que existe un debate bastante intenso alrededor de todo esto, pero no es mi intención acercarme a él en esta reseña. Aquí el protagonista es una novela bastante interesante que tuve la oportunidad de leer hace un tiempo y que, veremos si para bien o para mal, sigue en mis recuerdos.

El Evangelio del Mal, publicado por Patrick Graham en el año 2007, es uno de esos libros que consiguen grabar a fuego muchas imágenes en tu mente a base de escenas truculentas, grotescas y que buscan deliberadamente aterrar al lector. Partiendo de una base bastante genérica desde mi punto de vista (la búsqueda de un objeto antiquísimo destinado a sacudir los cimientos de la humanidad), el libro se desarrolla con la suficiente fluidez como para que, al terminarlo, lo hayas considerado una lectura agradable, por lo menos en este sentido.

Siguiendo la estela de autores como Dan Brown, Graham lanzó una novela pretendidamente adictiva, pero bastante más cuidada desde el punto de vista literario y con una mayor solidez que la de las historias protagonizadas por Robert Langdon y compañía. El componente terrorífico y gore probablemente sea lo que más interés aporta al conjunto, ya que el autor realmente sabe cómo dar forma a atmósferas sobrecogedoras, aunque acaba muriendo de éxito.

Y es que El Evangelio del Mal goza de un inicio fulgurante, explosivo y que resume en pocas páginas lo mejor de toda la novela. La sensación de inquietud está presente en cada situación, y no faltan escenas que consiguen poner los pelos de punta al más valiente; es más, la seguridad que el lector tiene desde el inicio de que lo que está leyendo va acabar de la peor manera es algo que merece la pena destacar.

Lamentablemente, y tras este magnífico prólogo, las bondades del libro comienzan a diluirse demasiado pronto. Llega un punto en el que te das cuenta de que Graham abusa en exceso de ciertos recursos que, si bien tremendamente efectivos en los primeros compases de la novela, se acaban convirtiendo en unos trucos muy previsibles y en absoluto impactantes.

La sensación de que el autor busca dar miedo persiste a lo largo de los capítulos, pero, como ya he remarcado, incide demasiado en los mismos tópicos. Aún así, lo más destacable es que la trama mantiene el tipo por sí misma y consigue enganchar gracias a un desarrollo variado y con los suficientes giros de guión como para mantener el interés por lo que la historia depara a los protagonistas.

Adentrándonos en cuestiones más "técnicas", vale la pena mencionar que el hecho que Graham sea un escritor aficionado no influye en este caso en la novela. El libro está bien escrito, la prosa es notable y aunque en ocasiones cae en tópicos que considero bastante de principiantes, está a años luz de autores cuyo nivel deja muchísimo que desear. Nadie le negará que sabe mantener la tensión, y si bien en ocasiones relata escenas demasiado rocambolescas de lo "barrocas" que son, creo que hizo un trabajo bastante meritorio en la que fue su primera novela.

Ahora bien, si alguien se pregunta "¿Pero... ¿da miedo o no?", permitidme que no me meta en esta discusión bizantina. Parece claro que el autor ha visto muchas películas de terror y ya he insistido en que se repite un pelín demasiado para mi gusto cuando se trata de presentar escenas truculentas. Pero sinceramente, no voy a caer en el error de valorar el libro por su capacidad de dar miedo al lector. Y es que es algo tan, pero tan personal y subjetivo, que me parece erróneo querer basar una valoración de un libro de este tipo en esto.

En definitiva: si sois seguidores del tipo de literatura frenética y basada en los giros de guión que tanto de moda puso Dan Brown en su momento, pero os va el terror y, por supuesto, una prosa algo más trabajada, me atrevería a decir que este es vuestro libro. O, por lo menos, uno que probablemente os acabará gustando y que os habrá exigido algo más, sea lo que sea.   

jueves, 19 de enero de 2017

Uzumaki

(Rescato una serie de recomendaciones de Junji Ito que escribí en su momento para mi anterior y difunto blog, I am the arm, ante el que me quito el sombrero tras tantos años soportando numerosas idas de olla y cambios de estilo)


Uzumaki (1998-99)

Hace unos días hablamos de Ring, la obra cumbre de Koji Suzuki, cuya adaptación al cine ascendió al terror japonés a trono aún hoy en día inalcanzable. Para el público occidental, el terror que nos llega de Japón es algo que nunca deja de ser perturbador. Puede asustarnos más o menos, pero la fórmula (todo sea dicho, quizá ya demasiado explotada a estas alturas) es totalmente contraria a la que se usa en Europa y en Estados Unidos, lo que supone una vuelta de tuerca que a veces resulta incomprensiblemente perturbadora.
Ya sabemos de qué va el cine de terror estadounidense: psicópatas disfrazados, numerosos grupos de adolescentes que caen uno tras otro y siempre caracterizados por los mismos prototipos, sustos predecibles basados en subidas de volumen… No hace falta decir mucho más sobre el género, porque a día de hoy ya es sabido por todos que la fórmula del género de terror que se practica en EE.UU. está excesivamente trillada. Y lo peor es que ni siquiera transmite terror.

En Europa las cosas son algo distintas. Aquí se intenta ser más transgresor, romper tópicos e intentar hacer todo lo que sea necesario para perturbar al espectador. No importa tanto el miedo como el asco, lo desagradable y lo doloroso. Ejemplos de ello pueden ser la reciente The Human Centipede o Martyrs, películas que más allá de provocar miedo, recurren a un gore y a una escatología de dimensiones desorbitadas que buscan provocar náuseas, desmayo y básicamente el shock general del público y las típicas etiquetas de “¡No la vea solo!/Cientos de espectadores perdieron el conocimiento en la sala… ¡Atrévase!/Definitivamente, lo más desagradable que se haya visto en la historia del cine”. En resumen, llamar la atención de los medios. De hecho, durante los últimos años el cine norteamericano también se ha apuntado a esta moda, dando como resultado la innecesariamente longeva saga Saw o las dos entregas de Hostel.

Pero por muy crudo que sea este terror europeo, sigue padeciendo el mismo problema que el estadounidense… No da miedo. Puede provocarnos asco, ganas de vomitar, hacernos apartar la vista de la pantalla al ver cómo a un personaje le perforan con un taladro… pero no miedo. Y es aquí donde entra el terror oriental, que muy poco tiene que ver con los ejemplos mencionados anteriormente.

Lo más curioso de todo es que en muchos casos, comparte características con la mayoría de películas del género. Sangre, sobresaltos, un argumento a veces predecible… ¿Entonces, qué es lo que las diferencia del resto? Pues, en resumidas cuentas, la ambientación, el exotismo, el hecho de representar una sociedad y una cultura tan distintas a la nuestra. Además, el trato frío de los personajes y la crudeza del enfoque psicológico del mal no hacen más que reforzar esa atmósfera malsana que, esta vez sí, consigue transmitir terror de verdad. Y es que la idea de un loco con máscara que rebana chavales con una motosierra quizá en su día consiguió poner los pelos de punta, pero a día de hoy no deja de resultar bastante indiferente. En cambio, el tratamiento de los fantasmas en el cine oriental es algo que puede dejarnos con mal cuerpo durante días, además de hacer que nos cueste más de lo normal movernos por casa a altas horas de la noche.

Pero hay vida más allá de los fantasmas, y la respuesta también está en Japón. Uno de las características del terror nipón es, en algunos casos, el surrealismo malsano. Es algo que no encontramos prácticamente en ninguna producción occidental, de manera que consigue transmitirnos algo nuevo, desconcertante y tan desagradable como escalofriante. Y es este surrealismo el protagonista de la recomendación de hoy, que no tiene nada que ver con el cine pero sí con el mundo del cómic.

Demos paso, pues, a Uzumaki.
Lamentablemente, parece ser que Uzumaki
ha dejado de publicarse en nuestro país.

Uzumaki es una de las obras más importantes del manga de terror, junto a La mujer de la habitación oscura o Flesh Colored Horror. Pero si bien estos dos últimos son altamente recomendables, en mi opinión la obra que nos ocupa va un paso más allá, consiguiendo erigirse como el mejor ejemplo de cómic de terror surrealista (y en ocasiones hasta absurdo) del momento. ¿Qué es pues lo que hace tan bueno a Uzumaki? Vayamos por partes.

Uzumaki es obra de Junji Ito (a estas alturas debe haber quedado claro), un conocidísimo mangaka que a lo largo de su carrera nos ha ido deleitando con obras de terror como la ya citada Flesh Colored Horror o Gyo. Sin embargo, es con la trama de los espirales donde saca a relucir lo mejor de su talento. La historia se desarrolla en un pueblo costero japonés llamado Kurozu-cho, y la protagonista absoluta es Kirie Goshima, una estudiante de secundaria que empieza a darse cuenta de que algo va mal al ver cómo su novio parece estar preocupado acerca de algo que el pueblo esconde.

La historia, dividida en 6 volúmenes (en la edición española) y con varios capítulos en cada uno, va desarrollándose y agrandándose hasta convertir todo Kurozu-cho en lo más parecido a un infierno, sumergiendo a todos y cada uno de sus habitantes en la locura, la demencia y en un descontrol anárquico que simboliza el inevitable fin del lugar. Si bien esa destrucción y esa ambientación apocalíptica disipa el halo de terror psicológico de los primeros volúmenes, aún es posible encontrar escenas verdaderamente escalofriantes.

Pero vayamos al grano, que es el argumento principal. ¿Qué ocurre en Kurozu-cho? La respuesta está en las espirales, algo que queda más que claro en el primer volumen, que cuenta con varias de las escenas más escalofriantes que se hayan visto hasta ahora en un manga y que sirven como un magnífico prólogo de la obra. Durante el resto de episodios y volúmenes, iremos presenciando sucesos aislados que no hacen más que confirmar que Kurozu-cho se está sumergiendo en un desquiciado mundo de locura. Y cada vez, los sucesos irán a más. Transformaciones, posesiones, cambios de personalidad… Todo es posible cuando el pueblo entero está sometido al poder de la espiral.

Uno de los puntos más controvertidos del manga y representativos del citado surrealismo de la obra es, en mi opinión, la subtrama relacionada con los caracoles. La historia nos sitúa en el instituto de Kurozu-cho (cada episodio servirá para introducirnos los distintos escenarios del pueblo: el hospital, el centro, las afueras…), en el que un día aparece uno de sus alumnos con la espalda abultada de una manera extraña. Y esa extrañeza se convertirá en horror cuando veamos como ese bulto tiene forma de espiral y es en realidad una concha de caracol gigante. El resto es fácil de imaginar: seremos testigos de una desagradable metamorfosis. Más adelante, en la parte más apocalíptica del manga, el autor vuelve a recurrir al tema de los caracoles, esta vez para mostrarnos uno de los momentos más perturbadores de la historia, mezclando lo desagradable que pueden ser los caracoles humanos junto a la loca desesperación de los absorbidos por la espiral.

Así pues, Junji Ito aprovecha su ciudad ficticia para poner en escena todo tipo de situaciones, coqueteando con distintos tipos de terror, incluso desviándose un poco hacia el género puramente fantástico, sin perder el toque grotesco que caracteriza a Uzumaki.

Por otro lado, no podemos decir que este manga sea perfecto. Sí es muy bueno y vale la pena que lo lea cualquier aficionado al terror japonés, pero tiene ciertos puntos flacos que no todos verán con buenos ojos. Uno de ellos es principalmente el innegable bajón de calidad del argumento una vez la espiral ha controlado todo el pueblo y Kurozu-cho no es más que un vertedero anárquico, dominado por locos que vuelan sobre tornados creados por ellos mismos. Desaparece toda la intriga de los primeros episodios, en los que lo que sucedía no eran más que casos aislados, ajenos a la mayoría de habitantes del pueblo. En fin, es comprensible que algo nunca puede ser del todo perfecto.

En resumen, no me queda más que recomendar Uzumaki a todo aquel que tenga ganas de leer algo distinto, de experimentar el terror de una manera también distinta, y que sepa dejarse llevar sin remilgos por una atmósfera malsana, surrealista y en ocasiones absurda, pero sin perder nunca una personalidad grotesca y desagradable que se mantendrá a lo largo de todos y cada uno de los episodios que forman esta obra.

Y para los que tengan curiosidad de ver cómo se las gasta Junji Ito, sólo hace falta que echéis un vistazo a este enlace, en el que podréis ver un gran número de imágenes de Uzumaki y otras de sus obras. Eso sí, os recomiendo leer el manga e ir descubriendo estas escenas por vosotros mismos, porque vale mucho la pena.

Los elixires del diablo, de E.T.A. Hoffmann

Los elixires del diablo (1816)


Esta semana la entrada le toca a una obra esencial de la historia de la literatura. Una obra con fama de difícil, compleja; laberíntica, si me permitís el símil. De bien seguro que a muchos no os descubriré nada, puesto que probablemente la habréis leído, pero esta reseña la dirijo más bien a quienes no se hayan atrevido aún (sea por desconocimiento o por recelo) a sumergirse en el oscuro, demente y retorcido mundo de E.T.A. Hoffmann (Ernst Theodor Amadeus, por si las siglas os pican la curiosidad). Y qué mejor que hacerlo con su gran obra maestra, aquella que, ojalá, no os cansaréis de recomendar una y otra vez,

Los elixires del diablo es a día de hoy una referencia de la literatura del Romanticismo por razones de lo más variopintas. Como novela es singular, de difícil acceso por la multitud de giros, tramas, subtramas y, sobre todo, un estilo muy denso a base de numerosas oraciones subordinadas que en más de una ocasión os obligarán a repasar las líneas anteriores. Sin embargo, la obra culmen de Hoffmann no merece ser recordada constantemente por eso, como suele ser habitual, sino por su excelente dominio de la tensión, junto al desarrollo y la riqueza y de sus personajes.

En mi caso, conocí a Hoffmann de casualidad; de hecho, ni siquiera recuerdo cuándo oí acerca de él por primera vez. No fue hasta que me embarqué en un estudio de la estética romántica que me convencí a leerlo y, con toda sinceridad lo digo, me alegro de no haberlo hecho hasta entonces. Difícilmente hubiese llegado a sumergirme en ella como hice, de eso estoy convencido.

Los elixires del diablo es una novela que, a mi parecer, requiere cierta predisposición por parte del lector. Un interés previo, por decirlo de otra manera. Y es que si bien es verdad que los primeros compases de la historia atrapan y lo llevan a uno de la mano hasta la resolución de lo que se podrían considerar los dos primeros actos, el resto puede hacerse un poco cuesta arriba. Ciertamente, ésas son las partes más brillantes de la novela, pues cumplen con todo lo que uno espera de una novela del género: un monasterio misterioso, un castillo perdido en las montañas, asesinatos, sangre, apariciones, etcétera. Podríamos hablar de clichés (Hoffmann, de hecho, se inspiró en El monje de Matthew G. Lewis, de 1796, a la hora de escribir esta novela), pero aun así son partes que moldean una atmósfera sin parangón, con escenas muy potentes, un planteamiento adulto e introspectivo y un trabajo excelente a la hora de describirlas.

La obra, sin embargo, no se detiene ahí. El protagonista sigue su camino hacia la locura, cuesta abajo y sin frenos, y entran en juego todo tipo de personajes histriónicos, inclasificables; las situaciones se suceden la una detrás de la otra, y verdaderamente parece que nos encontremos ante una novela que no sabe a dónde va. Y afirmar esto tampoco debe entenderse como un sacrilegio, más aún teniendo en cuenta que el propio Hoffmann se perdía durante el proceso de escritura, viéndose obligados sus editores a repasar los textos y a darle más de un toque de atención. Por supuesto, aquí deberíamos hablar sobre lo peculiar que fue el autor, pero, creedme, es mejor dejarlo para otra ocasión.

Llegados hasta aquí, la pregunta que muchos os haréis será "¿Pero de qué va Los elixires del diablo?". La novela, en resumen, puede interpretarse como un viaje; un viaje hacia la locura más absoluta, hacia la pérdida de la noción de la realidad. El protagonista es Medardo, un joven y modélico capuchino de un monasterio de Bambgerg (en la región de Baviera). No tardará en conocer la leyenda de ciertos elixires de poderes extraordinarios, y eso supondrá el disparo de salida de todo cuanto ofrece la novela. No se trata, para nada, de una novela de fantasmas ni de posesiones diabólicas, sino un desasosegante recorrido por la locura.

Medardo, y no lo consideréis un destripe, enloquece, arrastrándonos su locura también a nosotros como lectores, llegando un momento en que ni siquiera sabremos si lo que está ocurriendo es verdad, o no, si es el protagonista el que está alucinando y dejándose espantar por fantasmas que solo están en su cabeza o si realmente existe un peligro que somos incapaces de advertir aun desde nuestra posición privilegiada de observadores externos. Los elixires en sí no son más que un mcguffin, y el argumento tampoco es una maravilla, puesto que se reduce a Medardo escapando de las distintas situaciones en que se encuentra inmerso, llevándolas hasta el extremo, haciéndolas insostenibles, y viéndose obligado a dejarlo todo atrás. Ahí se entrevé que donde mejor se desenvolvía Hoffmann era con los relatos (en otra ocasión os recomendaré varios de ellos), que conformaron el mayor grueso de su obra y que, aunque estos Elixires se consideren su obra maestra, muestran una mayor solidez. 

En mis manos tengo la edición publicada por Valdemar en su colección El Club Diógenes, de acabado excelente y con una introducción recomendadísima para encajar con algo más de facilidad las piezas que forman esta novela, no siempre dispuestas en orden. Realmente, desconozco si está publicada por alguna otra editorial, así que si os interesa os recomiendo que os lancéis de cabeza a por esta versión.

Por supuesto, no se trata de una lectura rápida ni sencilla, aunque sí, por mucho que parezca contradictorio, amena y satisfactoria. Con un mínimo de predisposición, accederéis a avanzar por ese camino lleno de sorpresas y momentos de puro desasosiego, disfrutando al mismo tiempo de una prosa elaborada y unas descripciones, un trato de lo horrendo, que influenciarían mucho a otros grandes del género como Lovecraft.