jueves, 31 de agosto de 2017

Quién anda ahí...



Que el terror tiene muchas caras es algo que todos hemos oído o leído varias veces; tantas, quizá, que ya se ha convertido en un cliché que apenas significa nada. No obstante, a una recopilación como la que encabeza esta entrada le va como anillo al dedo. Pocas cosas más interesantes hay en el género que la posibilidad de observar de una manera transversal o panorámica su desarrollo y evolución, así como muchas de las desviaciones que no han llegado a ningún sitio pero que han dejado experiencias para el recuerdo. La de terror es una literatura relativamente joven, pero aun así ha tenido el tiempo suficiente de presentarse bajo todo tipo de formas, algunas más originales que otras. Quién anda ahí... nos presenta precisamente esto: un recorrido por distintos relatos de miedo, arrancando en los albores del género en el siglo XVIII hasta llegar al XX.

Pasamos de un terror cándido y meramente testimonial a uno Romántico, que a su vez experimenta un desarrollo más que interesante a lo largo del siglo, desembocando en las corrientes oscuras, intimistas y eclécticas de principios del XX que remacharían la deriva más psicológica del género. El viaje es imprescindible, lo más parecido a una montaña rusa, y se aprende mucho. Ahora bien, si el potencial lector es de quienes identifica el terror con el "pasar miedo" (repito, no tiene por qué) entonces quizá se sienta decepcionado. El terror en literatura no es (solo) subirse a un tren de la bruja; el terror en literatura es ver cómo responden los personajes ante el miedo, cómo éste los lleva a actuar, cómo se manifiesta el horror y cómo lo representa el autor. Hay mucho que rascar, y precisamente, si de algo se ha visto afectado este género ha sido por nociones simplistas y que lo han acabado convirtiendo en el producto superficial y barato que durante tanto tiempo se había luchado por evitar.

Las impresiones han sido más que gratas, no solo por la calidad del contenido y su buena selección, sino porque aúna (y de qué manera) dos de las cosas que, juntas, mayor dificultad entrañan para el escritor: el relato y el terror. Los relatos, en sí mismos, son uno de los tipos de narración más complicados, pues el autor no puede perder el tiempo deambulando por la trama y en la relación entre personajes, sino que se ve obligado a ir al grano. Por otro lado, el terror no es algo en absoluto fácil de dominar; lo fácil es caer en clichés, y la necesidad de controlar bien los tiempos en las descripciones es vital para que, además, el lector se lleve algún que otro escalofrío.

Muchos de ellos, es verdad, caen en tópicos. Sin embargo, cómo no, los salva sobre todo la buena escritura. Y además, también es verdad que en el momento en que se publicaron (algunos de ellos cerca de doscientos años atrás) muchos debieron ser lo nunca visto. Más allá de esto, hay algunos que trascienden gracias a planteamientos muy particulares en que el componente fantasmagórico o sobrenatural es lo de menos. Ojo, con esto no quiero decir que esto no sea importante, pero sí es verdad que puede implementarse de maneras distintas y más o menos originales. Este es el caso de La nieve de Hugh Walpole, una verdadera maravilla de apenas veinte páginas que, con tan solo un detalle, pone patas arriba lo que parece ser un relato más bien genérico, abriendo la puerta a numerosas interpretaciones... no necesariamente sobrenaturales.

Otra mención especial se la lleva La casa hambrienta, de Robert Bloch. Quizá a algunos este nombre no os diga nada, pero se trata ni más ni menos que del autor de Psicosis, la novela que inspiraría, sí, lo habéis acertado, la célebre película de Hitchcock. Me atrevería a decir que es el relato más perturbador de toda la recopilación, pero eso queda al juicio de cada uno. Sin embargo, siendo el más cercano a nosotros no solo cronológicamente sino en el tipo de miedo que trata, tiene todos los números para haceros sentir incómodos. Toda una oportunidad para descubrir y revalorizar a un autor que no estuvo ni está en boca de todos cuando se habla del género, pero cuya huella ha marcado de una manera clarísima el terror moderno.

Quién anda ahí... es, de todas todas, una opción más que recomendable si sois aficionados a la literatura de terror y tenéis curiosidad por conocer sus orígenes, así como su evolución a lo largo de los siglos. Para mí ha sido una grata sorpresa por lo bien elegidos que están los relatos (no podía ser de otra manera viniendo de Valdemar, todo sea dicho), dando forma a un compendio ecléctico en la medida en que el género lo permite, así como por su admirable voluntad de hacer descubrir al lector autores que muy probablemente desconozca y a quienes la historia les debe algo más y mejor que un olvido inmerecido.