Hay veces en que un buen final lo es todo. Bien llevado, puede salvar un desarrollo mediocre o que simplemente no está a la altura; es el poder un cierre potente e inteligente: te hace olvidar todo cuanto ha quedado atrás para hacerte esbozar una sonrisa, dar más importancia a los eventos que lo han precedido y quizá acabar sobrevalorando una historia que quizá no está por encima de la media.
The Dune es un buen ejemplo de ello. No es un relato particularmente bueno, lo que cuenta tampoco es especial y apenas impacta, no propone ningún dilema moral o espiritual porque no le conviene y tampoco lo necesita, y por su naturaleza no puede aportar conclusiones al misterio. Pero es que nada de esto importa, porque podría decirse que es una historia escrita desde el final, que le deja a uno con una sonrisa de esas que duran, y duran, y duran.
Un anciano con la habilidad o la condena, la suerte o la desgracia, de prever la muerte de gente que puede conocer o no. Nombres que aparecen escritos en la arena, y el más que posible temor de que uno de ellos sea conocido. Poco más que decir, la verdad, imposible ir más allá sin caer en destripes imperdonables.
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