Érase una vez Horacio Quiroga, uruguayo que soñaba con las luces, las sombras y el espléndido decadentismo de la París de finales de siglo XIX. Aquella imagen lo llevaría a hacer las maletas y trasladarse a la ciudad del Sena, donde acabaría decepcionado por el hallazgo de algo que probablemente se quedaba corto ante sus proyecciones y expectaciones; quizá fuese a partir de ese viaje cuando su vida dio un vuelco, con una espiral de locura, emociones extremas y eventos desdichados. Vuelco que acabaría cristalizando en el asesinato (accidental, todo sea dicho) de su mejor amigo, algo que lo marcaría hasta la fecha de su muerte, que forzaría prematuramente con un trago de cianuro.
Con semejante escenario, lo esperable es que la obra de cualquier artista se vea deformada, oscurecida, reducida a un guiño grotesco capaz de poner los pelos de punta y hacernos sentir minúsculos; algo así me ocurre leyendo a Cormack McCarthy, por ejemplo, aunque no me consta que su biografía sea tan oscura. En el caso de Quiroga, sorprendentemente, nos encontramos ante un crisol de terrores, una variedad significativa de acercamientos a lo sobrenatural, que imagino coincidirá con los distintos momentos de la montaña rusa que fue su vida. A veces nos hará pensar en un anticipado realismo mágico, mientras que hay momentos en que recuerda incluso a escritores más modernos del género. Sirve como ejemplo La gallina degollada, un relato tan sencillo como efectivo y capaz de tocar diferentes puntos sensibles, yendo mucho más allá de lo desagradable o terrorífico y permitiéndose una crítica demoledora de ciertos comportamientos que nuestra sociedad sigue padeciendo a día de hoy.
Quizá, en ocasiones, Quiroga se deje llevar por cierto barroquismo que lastra de alguna manera la potencia de todo cuanto relata. Precisamente, cuanto más sencillo se muestra, más intenso e incisivo es el resultado. Para mí el recorrido ha sido un poco de altibajos sobre todo por este detalle, y debo admitir que aquellos relatos en que se desprendía de la crudeza y apostaba por un trato más cercano, más colorido y un dramatismo más convencional no los he disfrutado de la misma manera que el resto.
A pesar de esto, es una lectura muy recomendable. Los relatos de Quiroga están empapados de la cotidianidad de su tierra, y esto es algo que hace de El síncope blanco una opción más que interesante si buscáis nuevas sensaciones dentro del género, ya que no deja de ser una mirada condicionada no solo por una vida muy turbia y marcada por el desengaño sino por unas raíces distintas. Siempre viene bien explorar la visión de los distintos géneros en otros contextos culturales (si bien el de Quiroga, cierto eso, no dejaba de estar occidentalizado de una manera u otra), y en este caso, a pesar de ciertos dejes estilísticos que pueden convencer más o menos, se está ante un autor excepcional y cuya trayectoria repleta de sinsabores empuja a sumergirse en su obra, tan ecléctica y a veces tan oscura.
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