jueves, 26 de enero de 2017

Stephen King, el final de Revival y el resurgir de los monstruos

*ADVERTENCIA: Esta entrada no es una reseña ni una recomendación, así que si no habéis leído el libro os lo puedo destripar. 


Hay veces en que uno necesita hacerse preguntas. No solo literariamente hablando, por supuesto, pero en este caso la cosa va por ahí. Y muchas preguntas me hice a principios de 2016 cuando llegué al final de un libro que había caído en mis manos de forma inesperada. Revival, Stephen King, el terror, la pasión por la lectura. Había mucho que preguntarse, ya lo hubo desde el primer acto de la novela, y aun así ese final que es puro desasosiego me hizo plantear más interrogantes.

"¿Por qué me gustaba Stephen King?" La pregunta fue tan interesante como inesperada, y remarco ese pretérito imperfecto. Para mí, el loco de Portland había sido el nexo entre la infancia y la adolescencia literaria. Demasiado mayor para disfrutar con la misma sorpresa el genial Todavía quedan fantasmas de Franz Lang y aún demasiado joven (culpemos al sistema educativo, si nos apetece) para introducirme en los grandes pilares de la historia de la literatura. Pero ahí había un nexo, y era el terror. A Todavía quedan fantasmas había que sumarle Las brujas, y a éste los folletines de R.L. Stine. Sin darme cuenta, desde chico me habían apasionado esas historias de lo oscuro, lo fantasmagórico; había paladeado ese sublime que tanto traería de cabeza a los románticos; mi cabeza se había llenado de imágenes y recursos que aún hoy, años después, siguen sentando las bases de todo cuanto plasmo sobre el papel. Stephen King, a los quince años, fue para mí una puerta que se abría en un horizonte nublado y que ya albergaba monstruos. 

Visto en perspectiva, si algo voy a valorar de mi experiencia con sus libros es que fue con ellos que recuperé un gusto por la lectura que había ido en descenso peligrosamente. Y con ellos, atravesando esa niebla densa y fría, un nuevo sentido de lo terrorífico. Por eso, el final de Revival y el libro en sí mismo son puro simbolismo. Y lo afirmo desde la ignorancia y el desconocimiento de muchos de los títulos que el buen hombre ha ido lanzando a lo largo de los últimos diez años, todo sea dicho.

Pero uno, de la mano de Jamie Morton, es incapaz de vaticinar lo que está por llegar. Uno puede imaginar, suponer, fantasear, pensar que ese desquiciado de Charles Jacobs acabará con la cabeza frita o que ambos se van a matar quién sabe si entre lágrimas o con una satisfacción sádica y loca. Uno puede esperar muchas cosas, pero difícilmente lo que de verdad encuentra en ese final. Es la sensación de estar ahí, junto a ambos, observando el cuerpo inerte de Mary Fay; la sensación de observar en primera persona aquel infierno que se desata en una habitación minúscula; la sensación, y ahí reside lo grande, de ser una hormiga frente al más descomunal de los colosos. 

Stephen King homenajea no solo a Lovecraft sino a su manera de entender el terror. Es cierto que la parte de la novela entre el primer acto (tan brillante como descorazonador, tan real y tierno en las relaciones entre los personajes como espantoso en el accidente de la esposa de Jacobs) y el final, que es prácticamente todo el grueso del libro, es una cuesta hacia arriba que logra mantener el interés aunque no necesariamente pasen cosas extraordinarias a nivel narrativo. Cuesta no ver en Revival una versión extendida de un relato del maestro de Providence, pero con un desarrollo de los personajes típico de King. Por eso, quizá, el final es brillante.   

Como he dicho, para mí Revival es puro simbolismo. El mismo título lo es. Por supuesto, no hace referencia más que a los deseos y experimentos de Jacobs, que busca resucitar a alguien, desesperadamente, para conocer la suerte de su mujer y de su hijo en un más allá en que tanto tiempo atrás dejó de creer. Sin embargo, para mí Revival hace referencia de manera directa a la sensación de reencontrarme con aquel Stephen King que en mi adolescencia tantas veces me mantuvo en vilo leyendo en días lluviosos, bajo las sábanas hasta las tantas de la madrugada y que inspiró y sigue inspirando todo cuanto escribo. Justo cuando no hubiese dado un duro por él, el libro cayó en mis manos y la idea de reencontrarme con ese viejo autor de cabecera me recorrió las entrañas como entonces.

Podríamos decir que todo es cíclico. Leer Revival o It con más años sobre las espaldas y con más experiencia en el terror "clásico" hace entender mejor a su autor en lugar de considerarlo aún más un autor de gialli sobrenaturales. Jamás he caído en la trampa de los críticos que ven en lo popular y en el género de terror dos dianas donde apuntar y verter su bilis con la más despreciable de las inquinas, pero sí, como cualquier con un mínimo de criterio, soy capaz de separar el grano de la paja en la obra de un autor que ha parido tanto novelas brillantes como idas de olla algo indefendibles incluso para un seguidor acérrimo. La realidad, sin embargo, es que su manera de comprender el terror no es superficial (leed Danza macabra, un ensayo donde desgrana su visión, aunque mucho me temo que no se puede encontrar ya en librerías, excepto de segunda mano) y que, cuanto uno más explora y conoce sobre este ¿sentimiento? más se da cuenta de que King dista mucho de ser un charlatán.

Y ahí está Mary Fay, incorporada, con una sonrisa deformándole el rostro, hablando con un chirrido metálico, regurgitando algo imposible; ahí estamos nosotros, expectantes y aterrados, cuando todo se desvanece y ante nuestros ojos se alzan criaturas para quienes nosotros no somos más que una mota de polvo: ahí está la misma sensación, actualizada y pasada por el tamizador made in Maine, que uno experimenta al ver surgir a Dagón de las profundidades más absolutas. Tantas veces me ha quebrado el sueño la idea de encontrarme bajo el agua, viendo como algo descomunal avanza hacia mí desde lo abisal. Ficción, pesadillas y realidad se entrelazan en un mar turbulento, inhóspito; un mar en que el más leve de los temblores nos retuerce el estómago. ¿Es eso el terror? ¿Existe algo más allá de ese temor primitivo y ancestral que se ensaña en nuestra pequeñez? ¿Esconderá el miedo a la oscuridad el horror ante la incapacidad de conocer las dimensiones y proporciones de todo cuanto nos rodea?

Hay veces en que uno necesita hacerse preguntas. 

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