lunes, 23 de enero de 2017

Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi


¿Cuento para niños o también para adultos? Es la eterna pregunta, ¿no creéis? Realmente, si uno echa la vista atrás difícilmente da con cuentos dirigidos únicamente a los más pequeños, entendiendo esto como una falta de atractivo para los lectores de más recorrido y ya entrados en años. Incluso el cuento aparentemente más inofensivo tiene algo que podemos extraerle haciendo una lectura adulta. Es cierto, sin embargo, que a día de hoy un libro de este tipo puede pasar desapercibido o echar atrás a los más creciditos.

Con Pinocho estamos ante otro caso Grimm o Perrault; cuentos de inusitada madurez y profundo mensaje que la todopoderosa factoría Disney ha convertido en historias que, si bien mantienen tanto las bases como la moraleja, se han visto desprovistas de su estética oscura, tenebrosa y en tantas ocasiones retorcida y cruel. Esos cuentos eran empleados para mantener a los niños a raya en un mundo peligroso, y recorrían a los terrores más primitivos con tal de que fueran lo más efectivos posible. Éste es el caso de Pinocho. Cierto, no se trata de un cuento popular sino de una novelita publicada entre 1882 y 1883 en un periódico (Giornale per i bambini, o Periódico para los niños), lo cual explica su desarrollo en breves capítulos generalmente autoconclusivos aunque unidos por un hilo conductor.

Así pues, ¿qué sigue teniendo de especial Las aventuras de Pinocho para seguir leyéndolo ahora y no dejar de exprimirlo? La historia ya la sabéis: un carpintero esculpe un títere con forma de niño de un tronco mágico y éste se dedica a vivir aventuras de todo tipo hasta convertirse en un humano. Argumentalmente no le sacaréis más jugo, desde luego, pero no es ahí donde radica lo perenne de esta obra.

Por un lado, el aspecto moralizante es algo a tener en cuenta. No, no soy partidario ni mucho menos de que la literatura se emplee como sermón concienciador ni como medio propagandístico, de ninguna manera. Pero eso dista mucho de la moraleja, que es precisamente lo valioso de estos cuentos; el mensaje que se extrae, las aplicaciones que éste puede tener ya no solo en los más pequeños sino en aquellos adultos que han empezado a olvidar. Porque las moralejas son toda una lección de vida.

Pinocho es un protagonista, dejémoslo claro, aborrecible. No se trata de ningún héroe con quien simpatizar, ni de un personaje que, pese a sus defectos, te haga esbozar una sonrisa, aunque sea de pura condescendencia. Olvidad el títere de la Disney. El Pinocho de Collodi es insoportable, por llorón, quejica, vago y, por qué no, tonto. Tonto porque todos le toman el pelo, tonto porque toma decisiones que ni siquiera un niño de verdad, en su sano juicio, tomaría.

Curiosamente, Collodi terminó la historia con el títere ahorcado en un árbol. Ése era el final que le esperaba a Pinocho, tras decenas de trastadas, engaños y tomaduras de pelo a los demás, incluido su Gepeto. La historia acabó siguiendo, y ese final  simplemente quedó como final de capítulo, pero no dejó de ser moderadamente cruel, dando toda una lección ejemplarizante a los pipiolos de la época acerca de cómo comportarse. En realidad, viendo el tipo de propuestas con que a día de hoy se pretende educar a los niños (y viendo los resultados me atrevo a aseverar que sin éxito), la lectura de Pinocho se descubre como una propuesta mucho más coherente y, qué duda cabe, efectiva. 

Ilustración de Carlo Chiostri (1901).


Pero dejando esto a un lado, que por mucho que le dé al palique como si no hubiera mañana no es lo que considero más destacable, lo fascinante que atesora este libro es su trato de lo grotesco, lo mucho que es deudor, como por otro lado es de esperar dada la cronología, de los primeros y grandes literatos románticos. Algunas descripciones parecen escritas por el mismo Hoffmann (ese Omino di burro u hombre de mantequilla...), mientras que algunas de sus escenas no serían un disparate encajadas en una película de terror. Más bien todo lo contrario. 

Probablemente Collodi no fuese consciente de lo que había creado. Simplemente se dejó llevar por las modas estéticas del momento, aunque a esas alturas las filias por lo oscuro se viesen en el retrovisor. Es más, no se trata de una novela intencionadamente psicológica, profunda, ni mucho menos compleja; pero cuando algo está tratado con mano derecha, siempre resulta algo en que rascar y encontrar diversas capas bajo una superficie que se intuye plana.

No, definitivamente, Las aventuras de Pinocho no es solo un cuento para niños. Yo mismo he sentido una fascinación pura, cristalina, mientras lo leía por primera vez durante este otoño; quizá la misma fascinación que motivó a Italo Calvino a dedicarle un ensayo muy recomendado (Pinocho, o las andanzas de un pícaro de madera, que podéis encontrar aquí o bien en la edición italiana publicada por Einaudi), o la misma que motivó y sigue motivando a artistas de diversa índole a tomar las aventuras y desventuras del títere como sujeto de sus obras.  

A mi pesar, no puedo recomendaros una edición española en particular. Si controláis el italiano, la de Einaudi a mí me parece brillante, no solo por la inclusión de los ensayos al final sino por la introducción, el prefacio y las ilustraciones de Enrico Mazzanti y Carlo Chiostri, si bien solo se trata de una selección. En caso de que aún no seáis muy amigos del idioma de los boteros, puesto que como texto relativamente "antiguo" y en proceso de normativización tiene sus complicaciones, imagino que la de Penguin Clásicos es una apuesta de calidad. 

A estos dos no los perdáis de vista. ¡Ojo!


(A modo de contenido adicional, comparto con vosotros algunas de las ilustraciones que realizó Roberto Innocenti en los años 40. Dadle al clic aquí y disfrutadlas).

1 comentario:

  1. Un saludo desde el Rito de Chud, colega jejejeje y si, IT es mi libro de cabecera. Nos vemos por estos mundillos de la red.

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