lunes, 20 de febrero de 2017

El bazar de los malos sueños (I): Mile 81


El miedo, en ocasiones, surge no solo de cualquier cosa sino también de cualquier lugar. Su sombra alargada y su poder es tal que lo más anodino deviene monstruoso y el lugar más apacible puede llegar a ser escenario de las peores pesadillas. De Stephen King siempre me ha fascinado su capacidad de pervertir objetos, personajes o situaciones aparentemente normales, cotidianas, afables; ahora un payaso, ahora un teléfono, ahora la compra de cada día en el supermercado. Lo interesante, en todo caso, sería analizar la realidad subyacente a estos miedos, y qué duda cabe de que podrían salir conclusiones tan interesantes como enriquecedoras de cara a una mejor comprensión del tema. Pero no querría desviarme del tema, no en exceso. 

El miedo manifestándose bajo distintas formas, y King como maestro de la perversión. Por ahí iba. No obstante, siempre ha habido uno de sus espantajos incapaz de despertar en mí un escalofrío ni, de hecho, el menor interés: los coches o vehículos de naturaleza maligna cuya génesis se remonta, imaginaba, al accidente sufrido por King en 1999. Pero erré. Para mí sorpresa, Mile 81 fue escrita cuando el escritor no tenía ni veinte años. Ya entonces le circulaba la idea en la cabeza, que había surgido con un chispazo, y quizá este relato sea el verdadero precedente de novelas como Buick 8. Reescrito recientemente, como nos cuenta en la introducción, pero el origen sigue estando ahí, en un King adolescente.

Mile 81, como relato, es de notable alto. Por su estructura, dividida en personajes, por el manejo de los tiempos (reconozco que insisto mucho en esto, pero para mí es esencial en cualquier narración, ya no solo literaria sino de cualquier tipo) y sobre todo por cómo logra que el lector empatice con los protagonistas de cada capítulo con apenas unas pocas páginas. Es difícil no sentir simpatía (y lástima, cómo no) por Julianne o los Lussier, es difícil no encontrarte gritando mentalmente "¡Pero huid, idiotas!" a cualquiera de quienes se acercan al horror.

Y éste, el verdadero protagonista, qué duda cabe, no tiene rasgos humanos: un vehículo familiar de marca desconocida y cubierto de barro donde convergen los viajes (fatales en la mayoría de ocasiones) de aquellos personajes variopintos, individuos de buenas intenciones, de buen corazón, a quienes le está reservado un final indigno de sus actos. Jamás salió tan caro ser un buen samaritano, porque este coche es descorazonador. Literalmente, se podría decir. Sigo pensando que un vehículo que devora es la antítesis de lo que me aterra, pero su letalidad es tal y sus comilonas están descritas con tanta crudeza que es imposible no leer con cierta mueca de disgusto.

Quiero destacar, sin embargo, un capítulo en particular: el primero, en que Pete Simmons, un chavalillo de diez años, se mete en un restaurante de la estación de servicio abandonada donde tendrá lugar la historia y donde coincidirán todos los personajes. Hay algo en ese capítulo que, irónicamente, lo hace terrorífico a pesar de no presenciar ninguna muerte ni ninguna escena macabra. Y digo irónicamente, pero ahí está la clave de lo que he sugerido en las primeras líneas. En este primer capítulo es la propia estación de servicio, ese Burger King abandonado, lo que articula el recelo del lector. Si éste es virgen, desconociendo qué sucederá después, presiente una amenaza indefinida, algo en la atmósfera del lugar que pone los pelos de punta. Quizá porque en las sombras puede haber siempre todo tipo de horrores agazapados, incluso en el rellano de nuestro piso o en un rincón del dormitorio, y ese miedo al desconocimiento (más que a lo desconocido) King logra transmitirlo al lector sin necesidad de hacer al personaje, a Pete, partícipe de ello.

Sin embargo, donde patina el relato es en su desenlace, en la resolución del problema, que para mi gusto coquetea demasiado con la serie B. Es poco creíble, algo artificioso y no creo que logre cerrar la historia como debería. Podría haber sido mejor, sí. No está mal escrito, ni mal desarrollado, faltaría más, pero uno imaginaría otra cosa en la derrota de aquella entidad que pese a ser un misterio nos deja entrever parcialmente su naturaleza. 

Quizá lo más curioso de todo esto sea que, de un modo u otro, esta lectura me haya despertado un gusanillo, ese maravilloso gusanillo de la curiosidad, y me haya encontrado buscando información sobre Buick 8. Sí, ese libro que despertaba mi recelo e incluso alguna burlilla en conversaciones entre seguidores de King. Lo admito sin rubor: ya lo estoy considerando una de mis próximas adquisiciones.  

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