"¿Fue ese el último sonido que ella oyó, el ahogado jang-jang-jang del mono golpeando sus platillos allá arriba, en la oscura buhardilla, mientras el viento silbaba por el canalón?"
Recuerdo el día en que cayó en mis manos el ejemplar de La niebla, a día de hoy en paradero desconocido, quizá en lo más profundo de un cajón, del armario en la cabecera de la cama, o en alguna caja perdida durante un traslado. A saber. Sin embargo, el día en que me hice con el libro lo tengo grabado a fuego en la memoria: fue en un viejo almacén de unos traperos, repleto de trastos y cosas que iban de lo inútil a lo inservible, con abundancia de VHS de serie B. Y muñecas, y ropa vieja, y... Vamos, que uno parecía encontrarse, precisamente, en uno de esos locales en que el protagonista de una película de terror está a punto de toparse con ese algo que, comprado con ingenuidad, le acabará haciendo vivir una pesadilla.
Y, más o menos, puedo decir que así fue. Sin fantasmas ni accidentes ni muertos de por medio.
Compré por un euro o dos una vieja edición de La niebla, no de DeBolsillo, sino de una editorial que ni siquiera recuerdo y que parecía haber venido de regalo con un periódico. En fin, sea como sea, lo leí y lo disfruté bastante. Por aquel entonces mi idilio con Stephen King estaba llegando a su fin, y no recuerdo que me emocionase de una manera exagerada, pero a día de hoy, superado ese período de desencuentro, diría que lo pondría a la altura de sus obras buenas. Quizá no a la de las excelentes, pero eso es un lujo reservado a tan solo unas pocas.
Pero no estoy aquí para hablar de David Drayton ni de cuán estupendo es el final de la película de 2007. Esta entrada, y en el título lo veréis, es para hablar de El mono, maravilloso relato corto que acompañaba al principal en esa vieja edición (junto a El atajo de la señora Todd) y que no sé si a día de hoy en España se siguen publicando juntos.
El argumento es simple: por casualidad, un niño encuentra un viejo mono de juguete, de esos que en inglés se llaman Jolly Chimp y que, de todo corazón, parecen más un instrumento de tortura que un juguete. Y, como uno puede imaginar, el monito resulta ser algo que roza lo diabólico y que convierte aquella casa en un infierno.
Es interesante ver cómo King domina algo tan hoffmanniano como es el quebrar la normalidad mediante la irrupción de un elemento extraño, tanto que del recelo con que se observa pasa a ser siniestro, y que paulatinamente acaba por extenderse, devorando cualquier atisbo de cordura e imponiéndose sobre todo y sobre todos. En el de Maine, lo más habitual es que un grupo de personas se vea de pronto en una situación irracional (El cazador de sueños, La niebla, La balsa, Cell) y que ahí, en su lucha por salir de ella, salgan a relucir sus fobias, sus filias o su verdadera personalidad. Sin embargo, para mí sus relatos o novelas más interesantes son aquellas en que introduce un elemento extraño que, poco a poco, va tomando control de la situación, infectándola. Esto lo vemos sobre todo en El resplandor, donde el descenso a la locura de Jack Torrance está trabajado de una manera magnífica, tanto que parece que a uno se lo lleve también de la mano. Pasa también en los capítulos de It centrados en cada uno de los siete protagonistas, así como en Misery o en la reciente Revival. Por supuesto, no podemos hablar de dos bloques impermeables, y una manera de abordar el planteamiento no excluye de ningún modo a la otra, pero espero que se entienda.
Y es ahí, pues, donde brilla El mono a pesar de sus treinta páginas, su propuesta más bien propia de un episodio de Pesadillas y de unos personajes planos y apenas memorables. En su dominio de los tiempos, en la sugestión de imágenes capaces de hacernos erizar el vello, en un final que en absoluto es "feliz", como he leído en algunas otras reseñas de Internet. La máxima de "lo bueno, si breve, dos veces bueno" se cumple aquí a rajatabla y es de agradecer, porque difícilmente soportaría un desarrollo más extendido.
De sus relatos que he tenido la oportunidad de leer, que tampoco son demasiados, probablemente éste sea mi favorito. La balsa está ahí ahí, y de hecho ambos destacan por las mismas virtudes, pero el hecho de que en El mono el terror sea más psicológico y menos visceral hace que gane algunos puntos extra. Eso sí, sigo pensando que King donde más destaca es en el desarrollo de historias largas y elaboradas en que los personajes se construyan con detalle, ofreciendo distintas facetas, descamándose y descubriéndose a medida que el horror hace mella en ellos. Pero quizá este equivocado, quizá en sus relatos haya más donde rascar, así que habrá que echar un vistazo a El bazar de los malos sueños, que se publicará en España de aquí a una semana justa, el 9 de febrero. Veremos si alguno logra desbancar a este mono maldito de mi podio particular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Deja tu opinión!