lunes, 13 de febrero de 2017

El Infierno de Dante y el género de terror (I): Abriendo las puertas del averno

Paolo Malatesta y Francesca de Rimini en los infiernos,
Henri Martin, 1883, Museo de BB.AA. de Carcassone.

Imaginaos al borde del abismo. Vuestras piernas tiemblan, y el ánimo flaquea. Miráis abajo y, en lo más profundo, veis (y oléis) un río de sangre hirviendo, borboteando, escaldando a hombres y mujeres que gritan y lloran de la desesperación y el dolor. Imaginad que miráis a un lado y veis a personas con la cabeza girada hacia atrás. Literalmente. Hombres asediados por monstruos, seres de dimensiones colosales, almas en desgracia que apenas pueden sostenerse en pie, con las entrañas rozando el suelo y un corte abierto desde el mentón hasta el vientre. Y ese desdichado, sollozando, se arrastra como puede, tambaleándose, dejando un rastro de sangre a su paso.

Como algunos habréis advertido, esto no lo escribió ni Lovecraft, ni Poe, ni Huysmans. El párrafo anterior no es más que una brevísima síntesis, de mi puño y letra, de algunos de los horrores con que Dante Alighieri se topa en su recorrido por el infierno y que constituye el primer libro de la Divina Comedia.

En efecto, y antes de que salten chispas, la Comedia no es ni una novela ni es de terror. Decir esto ante cualquier filólogo o literato sería un sacrilegio de difícil perdón, y es comprensible, pues por un lado supondría banalizar en exceso el contenido del poema. Pero por el otro sí es cierto, e innegable, que se trata de un libro que admite numerosas lecturas. Que no debe entenderse únicamente como un poema escrito en tercetos hijo de su tiempo sino como una huella que, desde cada momento, desde cada sensibilidad, las maneras de acercarse a ella pueden variar significativamente y ofrecer perspectivas tan interesantes como variopintas.

También es cierto que estamos hablando de una de las obras maestras de la literatura universal, así como de uno de los pilares de la cultura europea y, como tal, uno debe andarse con pies de plomo al hablar sobre el tema. No porque sea intocable ni una obra elitista, todo lo contrario, sino porque a estas alturas de la vida sobre la Comedia se ha escrito mucho y es fácil caer en superficialidades e interpretaciones cuestionables.

Con este artículo pretendo mostraros el Infierno de otra manera; introduciros el libro más célebre de la Divina Comedia relacionándolo con un género al que difícilmente adscribirían en un contexto académico pero que, en realidad, encuentra muchos paralelismos con lo expuesto hace más de setecientos años por ese prócer literario que fue Dante.

Caronte, Priamo della Quercia, 1440-52, códice Yates Thompson 36,
(Biblioteca Británica) 

Para quien no esté puesto en situación, el Infierno se divide en 34 cantos. En cada uno de ellos Dante y Virgilio descienden un poco más hacia el final y, a su paso, se topan con multitud de personajes tanto reales como ficticios con quienes dialogan, encuentros que conducen a posteriores reflexiones por parte de ambos poetas. En general, el Infierno es un viaje que nos muestra la fortuna de las almas, arrepentidas o no, y al mismo tiempo permite conocer entre líneas el contexto histórico de Dante. Es, qué duda cabe, un infierno de pasiones. Los condenados expresan a Dante su dolor y el recuerdo de la vida, algunos de ellos reconocen cuán errados estuvieron al renegar de la palabra divina. Está presente, faltaría más, un componente moralizador. Los castigos son ejemplares, y el mismo Dante actúa como juez al ubicar a ese o al otro aquí o allá, en función de sus pecados.

Se trata, además, de un texto escrito en lengua vernácula, dejando a un lado el latín y abriéndolo a un mayor público, indistintamente de su condición. Pero más allá de lo poético, hay algo más. Dante, tal y como dice Joan Francesc Mira en el prólogo de su traducción, escribió en verso porque era así como se escribía, pero su manera de exponer y desarrollar el texto es más propia de una novela. Las descripciones, los diálogos, las situaciones, todo, son más propias de un novelado que de unas rimas por lo que, sin ambages, podemos considerarla una especie de sucesora espiritual de la Odisea. De hecho, uno de los problemas que percibo en algunas de sus traducciones es que se cargan ese carácter narrativo en pos de una poética artificial que vuelve el texto farragoso y, por eso mismo, en algo a las antípodas de lo que fue el original.

Pero dejémonos de rodeos y sigamos, porque el Infierno está ya a solo un par de pasos.


Dante y Virgilio ante Mirra, Gustave Doré (1861)

Dante nos describe un lugar geográficamente muy definido: riscos escarpados, precipicios, ríos de sangre o bosques repletos de pinchos conforman el paisaje de ese averno que, hasta entonces, jamás se había concretado con semejante detalle. Y Dante incide en ello, pues deja claro que aquel recorrido no es un paseo sino que, de no contar con Virgilio, cualquiera podría encontrar la muerte en cualquier paso en falso. La suerte de fascinación que experimenta Dante ante semejante panorama, que a veces se quiebra en desesperación, es equivalente a ese sublime que siglos después actualizarían y teorizarían pensadores como Kant o Schopenhauer, convirtiéndose en una de las bases de la estética del Romanticismo.

El mismo Schopenhauer, en El mundo como voluntad y representación, resume y explica la atracción que despertaba el Infierno en la gente de su época de la siguiente manera, y poco más podemos decir salvo que la clava:

“Y Dante, ¿de dónde ha sacado la inspiración para su Infierno, si no de nuestro mundo real? Y, sin embargo, le salió un infierno perfecto. En cambio, cuando tuvo que describir el paraíso y sus maravillas, se encontró ante una dificultad insuperable, dado que nuestro mundo no ofrece material alguno para la descripción de algo así. No le quedó otra, pues, que referirse, en lugar de las maravillas del Paraíso, a las lecciones que le fueron impartidas ahí por su antepasado [Virgilio], por su Beatriz y por varios santos. De esto resulta bastante claro de qué pasta está hecho el mundo.”

Hasta qué punto contribuyó Dante a configurar el imaginario de lo oscuro y lo monstruoso es difícil de concretar. A lo largo de nuestra historia el monstruo y el miedo han estado ahí, y el poeta no inventó la rueda pero sí la engrasó de tal modo que aún hoy sigue debiéndole mucho al toscano, que incluso quinientos años después de escribir su obra maestra aún había quienes observaban algunas de sus escenas desde el más absoluto recelo. Gustave Doré, que ha pasado a la historia como el ilustrador más célebre del poema, fue gravemente acusado por la crítica de representar escenas excesivamente grotescas e "inadecuadas". En efecto, es imposible no establecer un símil con las polémicas provocadas por algunas películas cuyo grado de violencia o de crueldad excede los límites de lo tolerable o de lo convenido.

Partiendo de todo esto, la intención principal de esta serie de artículos es presentar distintos casos, centrados en personajes, en que Dante perfila con mucho acierto rasgos que posteriormente se establecerían en el discurso de lo terrorífico, lo siniestro, y que mucho peso tendrían en la literatura gótica del siglo XIX, que podemos considerar el precedente más inmediato del género. Para eso, confluirán representaciones artísticas y fragmentos de literatura de todas las épocas, con el objetivo de definir lo mejor posible qué significó este Infierno y qué sigue significando a día de hoy.

Esto no ha sido más que una introducción, que he considerado necesaria en caso de que quienes lean esta entrada no estén familiarizados con el poema; en las siguientes semanas, correrá la sangre, proliferarán los llantos y surgirán los monstruos. Si cuando todo este termine sentís el gusanillo de ir a por él y os acaba fascinando, aunque sólo sea un poco, no podré sentirme más satisfecho.



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